domingo, 22 de agosto de 2010

LA MILONGA


LA MILONGA
INICIACIÓN.  EL DEBUT

Voy a contarles mi comienzo como bailarín.
Corría el año 1946, cuando con los muchachos de la secundaria decidimos  aprender a bailar tango y música de jazz, que era por esos tiempos lo que constituía el furor de martes, jueves, sábados y domingos, y la posibilidad de tener acceso a las chicas, meta final de todos nuestros anhelos.
Como todos trabajábamos en el día e íbamos a la noche al colegio, el único tiempo libre que teníamos era el sábado a la tarde, luego de asistir a los prácticos de la escuela.
Tres muchachos eran de fierro: Roberto Alcorta, Norberto Díaz y Alberto Babuskinas, a los que se agregaban algunos otros, prendidos a anzuelo de aprender nuevas figuras y lucirse frente a las minas.
El talento de nuestras reuniones era el rusito Babuskinas, que antes de bailar se sentaba  en la pista y observaba a los milongueros de veinticinco o treinta años, que la escolaseaban bien de bute con milongueras de primera, rayando el piso con figuras impensadas. Eran verdaderos creadores.
El rusito, rápido como el rayo y de memoria fotográfica, llegaba a nuestras reuniones y practicaba con todos nosotros hasta sacar los pasos y las figuras con diferentes resultados. Algunos rápidamente  aprendían y otros quedaban más relegados, pero todos podíamos ir a bailar y sacar a las milongueras con distinta suerte.
Luego de esta introducción, paso a contarles algunos hechos que me marcaron a fuego en mi paso por los bailes de los salones de los clubes, los sábados desde las veintidós hasta las cuatro de la mañana siguiente.
Nuestro debut en las lides milongueras lo constituyó el carnaval en el club San Lorenzo. En esa época  el carnaval se festejaba sábado, domingo, lunes y martes, culminando el sábado y domingo de la semana siguiente.
Sacamos la entrada y nos dispusimos a lanzarnos a la pista cuando comenzó a tocar la orquesta de jazz Norton, pues considerábamos que era lo más fácil para empezar.
Nos pusimos en la línea con los otros chabones y junamos en el frente a las minas dispuestas a bailar, que también se habían parado.
Los cuatro creímos ver que las chicas nos estaban mirando a nosotros y entonces cabeceamos. Cada uno comenzó a caminar para sacar a la que había elegido y otros muchachos también hicieron lo mismo.
Cuando llegamos nos encontramos que las chicas habían salido a bailar ¡pero con otros afortunados chabones!
Los cuatro quedamos solos, parados cerca del lugar donde se sentaban las madres que acompañaban, sintiendo una vergüenza tan quemada, que hubiésemos querido enterrarnos y desaparecer. ¡No lo podíamos creer!

Yo reaccioné y emití un suave  –vamos al buffet- a lo que todos me siguieron. Como la mayoría estaba bailando, nos sentamos a tomar una bebida y a comentar los hechos. ¡Cómo podíamos morder el polvo de la derrota si nadie nos había visto bailar! Roberto y Norberto se querían ir, a lo que Babuskinas y yo nos opusimos, teniendo en cuenta que faltaba lo peor, es decir, salir a la pista y demostrar que podíamos bailar.
Después de un rato fuimos a ver a la orquesta típica de Carlos Di Sarli y no nos animamos a salir. Esperamos de nuevo a la de jazz, por considerarla más fácil.
Luego de muchos cabildeos y ante la negativa de Roberto y Norberto de salir a bailar, comentamos con Babuskinas que era injusto que estando en el club no intentáramos de nuevo. Y así lo hicimos, pero buscando una pista, dentro de las cinco que había, en donde no hubiese muchos dotados, como para pasar desapercibidos. Junamos el ambiente y localizamos una que estaba poblada por bailarines de poca monta y nos dispusimos a probar suerte. Salió Babuskinas y bailó bastante bien. Quedaban solamente unas chicas disfrazadas con antifaz. Miré a una de ellas que estaba sola y asintió. Caminé rogando que no me sucediera lo mismo que antes.
Traté de recordar todo lo que hacíamos con los muchachos: cómo tomarla, cómo iniciar el paso, la cadencia, y el chamuyo para iniciar una conversación. Con mucho cuidado comencé a danzar y la chica me dijo: –yo no se bailar muy bien -mientras chocábamos los pies-, disculpe. –No es nada –le contesté y seguí bailando todas las piezas mientras iba tomando confianza.
Terminó la orquesta de jazz. Le agradecí y fui a ver a Babuskinas para comentar. El me dijo: –Ahora viene la prueba de fuego: el tango- y le respondí: –voy a tratar de sacar a la misma y si sale, probaré.
Me dirigí hacia la pista. Miré. Las disfrazadas habían desaparecido. Empezó a tocar Di Sarli el tango “El Choclo” y las parejas comenzaron a bailar. Con los últimos acordes aparecieron las disfrazadas. Traté de localizar a la que había estado conmigo y no la vi. Me preguntaba qué podía haber pasado, maldiciendo mi mala suerte.
Cuando la orquesta comenzó a tocar “Don Juan”, ante mi alegría apareció la chica. Miró hacia donde me encontraba y cabeceé. Sonrió y asintió.
Cuando la tomé me dijo que no sabía más que unos pocos pasos y le contesté que no se preocupara porque probaríamos.
A los tumbos fui tomando confianza y ella también. Como la música lo permitía, me acerqué hasta tocar con mi mejilla la de ella, separado por el antifaz. Me animé y mirándola a los ojos le dije: -¿se puede sacar el antifaz?- a lo que me contestó que no. – ¡Qué lástima!- le respondí y seguí bailando, tratando de recordar todas las figuras que habíamos practicado.
En un momento se separó y me dijo: –Veo que sabe más que yo. ¿Por qué no me dice qué es lo que tengo que hacer- y volvió a acercarse. Asentí y pensé: –ahora es más fácil- y comencé a hablarle al oído, diciéndole lo que tenía que hacer.
Cuando la orquesta terminó de tocar le dije: – esperemos que no tarde mucho- a lo que me respondió sonriendo: –voy a estar a tiempo.
Me encontré con Babuskinas y me dijo: – ¡Grande varón! Te estuve junando y la escolaseaste bastante bien. ¿Te levantaste a la mina?- ¡No, papá!- le contesté y agregué – Estoy insistiendo para que se saque el antifaz y me dice que no. Tengo que verla. Todo está bien: el cuerpo, la voz, me arrimó la lechería…en una palabra: me hizo calentar. Pero le quiero ver la jeta.
Babuskinas agregó: -yo ya me tiré un lance y aceptó. Ya sabés que yo tengo un bulín y si te la levantás podemos ir y le damos el matracazo.
Seguimos bailando y al terminar la penúltima entrada de la orquesta típica volví a insistir y me respondió: -está bien, en la última entrada de la orquesta típica me saco el antifaz.
Muy contento fui a ver a Babuskinas y le dije: -por lo menos voy a ver qué tal está, y si es potable, nos vemos y decidimos.
Volví a la pista y cuando me vio vino directamente a encontrarme. Comenzó la orquesta de jazz y eufórico, bailé muy suelto y preciso hasta que terminó. Nos quedamos tomados de la mano y la chica con la otra mano procedió a quitarse el antifaz. Me decepcioné porque no era como yo la había imaginado.
No sabiendo qué hacer, busqué una excusa para zafar y le dije que iba a ver a mi amigo para encontrarme a la salida, a lo que ella asintió.
Desesperado, busqué a Babuskinas y cuando lo encontré le dije: -¡se pudrió todo, papá!- a lo que me contestó:-te estuve observando, ¡Qué macana! Y agregó- pero si es para acostarse, ¿podés hacer un sacrificio?- No- le dije- te venía a avisar que yo me las tomo y vos podés ir al bulín a hacer lo que quieras.
Rápidamente salí del club a tomar el ómnibus que me llevaba a casa.
Al otro día llamé a Babuskinas para preguntarle cómo le había ido, a lo que me respondió: -Mal, varón…muy mal- y agregó: -como yo le había dicho a la mina que íbamos a salir con vos y la disfrazada, cuando terminó la milonga y estaba buscando un taxi, la mina no quiso saber nada y pidió que la llevara hasta la casa, a lo que accedí.
-Perdóneme, maestro- le dije a Babuskinas- pero no podía salir con un aparato así y le juro que nunca más bailaré con una mina que tenga antifaz.