sábado, 11 de diciembre de 2010

UN BAILONGO POR TAPIALES

En mis andanzas por las milongas, voy a referirles un hecho que nos marcó a fuego y nos llenó de satisfacción.

Como todos los sábados, nos vimos con Roberto Babuskínas y comenzamos a planear la salida para ir a bailar. Mirando a Babuskínas le dije: ¿adónde vamos a ir esta noche?
Me miró y me dijo: -esta noche el troesma Carlos di Sarli toca en Tapiales, y allí iremos nosotros para rayar el piso-.

Le manifesté mi desagrado, debido a que tenía la información de que en Tapiales se armaban unas grescas de órdago, a veces con lesiones físicas, por la cantidad de gente de mal vivir que asistía a los bailes del club de fomento de la zona.

Babuskínas se rió y me replicó: -el violinista del maestro me dijo que viniéramos tranquilos porque este club es muy serio y responsable y ninguno se va a pasar de la raya- y agregó -además me dijo que hay unas minas bárbaras que se regalan cuando ven a milongueros de la capital-.

Desconfiando, pero como corresponde a un amigo incondicional, seguí a Babuskinas y tomamos el tren en Villa Lugano. Cuando llegamos a la puerta del club saqué la plata para pagar la entrada. Entonces me frenó Roberto diciéndome: -pará, macho, que hoy estamos invitados por el violinista. No entendía nada, pero me quedé mosca, por lo que decía mi amigo.

De pronto llegó el micro y Babuskínas se acercó esperando al violinista. Cuando bajó el músico, le alcanzó dos estuches con los violines y le dijo. -pibe ¿nos podés llevar estos instrumentos y me esperás adentro? Rápidamente me acercó un estuche y me hizo una seña para que lo siguiera.

Entramos y nos quedamos en un salón, donde estaban los músicos. Después me presentó al violinista que me dijo: - vos siempre nos seguís.
Muy contento le contesté: -soy un fanático de la orquesta.
Acto seguido, saludamos y nos fuimos a la pista para bailar.
El club estaba que reventaba y una mirada hacia las minas nos decepcionó. Con disimulo, le dije a Babuskínas –Macho, estamos jodidos, el ambiente es muy malo. Se trata de un ambiente muy shomeria.
Preocupado me contestó:-no hagas que me decepcione, algo se va a presentar-
Recorrimos la pista con ojos muy avizores y en la pared del fondo estaban sentadas las madres, conversando y las minas paradas, también conversando. De pronto Roberto hizo un comentario que me despertó, -¿Junaste a las minas que están en la esquina?- a lo que le respondí: -no son de primera, pero están pasables.

Ya habían tocado jazz y comenzaron a subir los músicos de la orquesta típica con el maestro.
Babuskinas me dijo por lo bajo: -vamos varón, que aquí arrasamos.
Yo saco a la de la izquierda, vos metele con la que está al lado. Asentí sin mucha convicción, por los tipos que nos rodeaban. Miré fijamente a la morocha y cabeceé. De pronto, la chica miró hacia la derecha y asintió. Había fracasado, la mina salió con otro chabón.
A todo esto, Roberto estaba bailando con la otra chica. Un poco decepcionado, me quedé tranquilo esperando y finalmente me encaminé hacia el bar. Tomé una bebida sin alcohol y esperé a que la orquesta empezara con el jazz. Cuando comenzó la música, me encaminé hacia la pista.
Volví a mirar hacía el conjunto de bailarines y vi a Babuskinas, quien muy respetuoso, hablaba animadamente con la chica y reía constantemente. Con cuidado volví a repetir la operación. Miré fijamente y cabeceé. Esta vez asintió y me encaminé a sacarla. La tomé y empezamos a danzar “El vuelo del moscardón”, todo un reto.

Sucedían las vueltas y cada vez bailábamos más coordinados. Luego tocaron jazz lento y nos acercamos más, todo muy ordenado, casi no pronunciamos palabras, concentrados en la música. Antes de terminar se acercó Babuskinas y con su verborragia habitual hizo unos chistes que nos hicieron reír y nos quedamos hablando.

A esta altura de los acontecimientos, corresponde aclarar cómo estábamos vestidos, lo cual era una constante en nosotros: impecable traje derecho con chaleco. Y las chicas, con pollera acampanada y blusa blanca, la que acompañaba a Babuskinas, y con un vestido celeste ajustado, la que bailaba conmigo. Bien peinadas y perfumadas, hacíamos buenas parejas que contrastaban con el grueso de la concurrencia que vestía muy modestamente y no muy limpios.

A fin de intimar más, le dije a la chica que estaba conmigo si quería ir al bar con Roberto y su acompañante, a lo que dijeron que sí. Por experiencia sabíamos que cuando una chica iba a tomar algo en el descanso es que quería seguir bailando, lo que me puso muy contento. Charlando me enteré que la chica no estudiaba y trabajaba como empleada en una farmacia.

Al sonar los primeros acordes de “La gran muñeca” le pregunté si íbamos a bailar, a lo que contestó que sí. Fuimos a la pista, la tomé y empezamos a bailar. Si bien tuvimos unos desencuentros, la chica bailaba correctamente. Eso me impulsó a probar algunos pasos y figuras, hasta que cuando ensayé “la corrida”, la chica se acercó y me dijo: -yo no bailo con tantos pasos, no creo que lo pueda seguir, si no me dice qué es lo que tengo que hacer. Rápidamente le contesté que si no le molestaba, le indicaría qué hacer. Esto tenía varias connotaciones, pues me permitía acercarme, desplegar mis conocimientos y lucirme. La chica dijo que sí y yo me acerqué a su oído y empecé a desplegar figuras, indicándole qué debía hacer.
Como no sabía, yo me acercaba con la excusa de hablarle al oído, y sin darme cuenta terminó de tocar la orquesta y me quedé esperando a Babuskinas. Cuando vino, guiñándome un ojo me dijo que tenía que ir al baño. Me disculpé con la chica y lo acompañé al baño. Cuando entramos al toilette, que de paso sea dicho estaba muy sucio, Roberto me dijo:- La tenés muerta varón, preparate para irnos cuando termine la milonga. Yo ya chamuyé a mi mina para que al terminar la acompañemos a la casa, vos hacé lo mismo con la tuya, así nos vamos juntos.

Rápidamente reaccioné y le contesté: -Vos estás loco o sos demente, todavía no sabemos qué va a pasar y vos ya te querés encamar. Desde ya no contés conmigo, porque primero hay que ver cómo salimos de aquí.
Roberto nervioso me retrucó: -y entonces¿ para qué apretás a la mina, le colocás la rodilla en las piernas con el grupo de que le querés enseñar los pasos? Dejate de joder, macho. Una mina que se deja hacer todo eso, es porque está caliente y quiere guerra. Si no lo hacés, te va a tomar por trolo o boludo! Y se fue hacia la pista.

Reaccioné lentamente y también fui hasta la pista. Empezaba a tocar la orquesta de jazz.
La chica me estaba esperando, la tomé y empezamos a bailar. Se acercó, me apoyó la lechería y arrimó su mejilla. Aprovechando que los temas eran lentos, me miró y me dijo: -¡Qué cara!, pasó algo?- a lo que le contesté: -No, nada- y seguí bailando, pensando en lo que me había dicho Babuskinas.

Miré a mi alrededor y vi que estaba rodeado por todos los muchachos, vestidos modestamente y no muy limpios, que charlaban muy animadamente y hacían algunos gestos mientras nos miraban.

Casi sin pensarlo y como no era de fierro, la apreté mas haciéndole sentir todo mi cuerpo.
En eso estaba cuando me concentré en la música y me dio la impresión de que estábamos solos en la pista, bailando cada vez más apretados. No veía a nadie. Éramos solo ella y yo, y notaba la mejilla encendida de la chica, que cada vez estaba más caliente.
Comencé a fantasear con lo que haría cuando estuviéramos solos en un zaguán, cuando sentí un golpe que me volvió a la realidad.

Una de las parejas que me había rodeado, me había empujado, desplazándome hacia un costado, lo que me molestó y encarando al que lo había hecho, le dije: -¿Qué pasa macho, querés milonguear conmigo? - a lo que me respondió -Disculpe mozo, no creí que era para tanto- mientras esbozaba una sonrisa socarrona.

Ya muy atento, observaba a mi alrededor mientras danzaba. Terminó la orquesta y la llevé hasta donde estaba ubicada. Enseguida se acercaron otras chicas y empezaron a comentar muy animadamente lo que había pasado. Una de las chicas dijo: -fueron el Cholo y su barra, siempre hacen lo mismo - y de reojo, me miraban.

Silvia, que era la chica que bailaba conmigo, le contestó:- yo bailo con quien quiero, así que no se haga ilusiones- a lo que otra chica, que estaba en el conjunto, le replicó: -tené cuidado, que siempre terminan provocando una gresca- A medio metro de Silvia, junaba el ambiente para ver adónde se encontraban los provocadores.

Ya se me había pasado la calentura por la mina y volví a estar muy atento, analizando cómo se podían desarrollar los acontecimientos. A ser sincero, no noté ningún movimiento raro. Volvió la orquesta típica para cumplir con la penúltima entrada y Silvia se acercó y tomándome del brazo me espetó:-¿más tranquilo? a lo que le respondí -no se preocupe, ya pasó- y tomándola al ritmo de “Refasi” comenzamos a bailar. Cada vez eran menos las indicaciones que le hacía en el oído pero aprovechaba para estar muy apretados, lo que hacía que en algunas vueltas casi la levantara para que girara al ritmo que yo quería. Siguieron luego “El pollito”, “El incendio” y “El choclo”.

Al vernos bailar, muchas parejas se corrieron y nos dejaron espacio. Esto permitió que pudiera desplegar una cantidad de giros y figuras a voluntad.
La verdad es que me estaba luciendo y en un momento, y aprovechando que tenía la mejilla junto a la mía, le di un beso con sentimiento y Silvia se acurrucó aún mas. Cada tanto, cuando las figuras me lo permitían, la besaba cada vez más cerca de la boca.

Cuando el maestro comenzó a ejecutar “Los treinta y tres orientales” noté que ya no teníamos tanto espacio, porque los provocadores estaban haciendo parodias de los giros y las figuras. El maestro empezaba a tocar los acordes de “Bar exposición”, y de pronto, una de las parejas que bailaba muy cerca de nosotros nos dio un empujón que nos hizo trastabillar.

Me separé de Silvia y encarando al chistoso le dije: -¿qué hacés, boludo? Sos un pelotudo- y lo miré fijamente. Sin decir nada, se acercó y levantando una mano tiró un golpe que esquivé, pero rozó a Silvia, que se interpuso. Aparté a Silvia y me abalancé hacia el provocador, colocándole un golpe en el pecho, que lo hizo trastabillar hasta sentarlo en el suelo.

Entonces se acercó el tal Cholo, que increpando al que estaba en el suelo, le decía: -sos un boludo, ¿no te enseñé cómo tenés que hacer?- y acto seguido me tiró un derechazo que esquivé y le pegué un golpe en la frente.

Inmediatamente, los que estaban alrededor me atacaron y me dieron un golpe en la espalda, que me hizo caer de frente. Cuando traté de incorporarme escuché una voz que me decía:- ¡arriba varón, que ahora los cagamos a golpes!

Y corriendo apareció Babuskinas, repartiendo golpes. Nunca deseé tanto que apareciera, y ya incorporado, codo a codo, entramos a repartir castañazos de tal manera, que daba calambres.

Pero se trataba de mucha gente, que empujándonos hicieron que nos cayéramos, con tanta mala suerte que nos golpeamos en la cara y comenzamos a sangrar por la nariz, amén de los raspones que teníamos en la cara y los trajes rotos.

Ante esta situación, la gente que miraba el desigual desarrollo de la pelea empezó a resguardarnos y a empujar a los provocadores. Tal fue el desbarajuste que se armó, que la orquesta paró de tocar y el maestro se retiró al camarín.

Esto provocó que las autoridades del club de fomento mandaran a los cuidadores, a los efectos de terminar con los disturbios y poder continuar con el baile. Cuando los cuidadores estuvieron cerca nuestro miraron a los provocadores, y haciéndoles un gesto con la mano, les dijeron: -¡Vamos! iVamos! Rajen de acá- Como al descuido nos ayudaron a levantarnos.

Luego nos encararon y nos dijeron:-ustedes también se podrían dejar de joder, ¿no saben que acá los muchachos son locales y ustedes los intrusos?. Nos llevaron hacia el camarín y en el trayecto, uno de los cuidadores, que pesaba como ciento cincuenta kilos, me dijo separadamente: -decime pintón, justo le venís a tocar la mina al Cholo?- y agregó, mirando también a Babuskinas: -como me resultan simpáticos, les voy a decir que tengan mucho cuidado cuando se van, porque los van a esperar a la salida y ahí nadie los va a salvar.

Roberto lo miró desafiante y le contestó; -Macho ¿Quién te manda? ¿La contra? Se supone que ustedes vinieron a protegernos y nos das advertencias. ¿ Por qué no le preguntás a la mina si quería bailar con el pintón o la obligaron?

Y agregó muy caliente: -nosotros también te vamos a dar un mensaje: -decile al pelotudo del Cholo, que mano a mano y sin laderos, elija a cualquiera de los dos para agarrarnos a piñas y lo vamos a cagar a trompadas y además le vamos a enseñar cuántos pares son tres huevos.

El negro grandote no contestó y nos acompañó hasta el camarín (pieza grande), donde estaban los de la orquesta del maestro. Cuando se cerró la puerta, Roberto se dirigió al violinista y le dijo: -¿sabe lo que nos dijo el grone grandote?, que tengamos mucho cuidado cuando nos vayamos, porque nos van a esperar y ahí nadie nos va a salvar.

El violinista lo miró y le respondió: -ya estábamos enterados y el maestro les dijo a los de la comisión que no iba a terminar este baile, y lo más importante, que nunca más iba a venir en el futuro. Y agregó: -vayan al baño y lávense bien, que están ensangrentados. El maestro dijo que ustedes vienen en la bañadera con nosotros-

Los de la comisión le pidieron disculpas y le rogaron que terminara la última entrada, que ellos desalojarían a la barra del Cholo y sobre todo que siguiera viniendo en el futuro, porque la gente siempre lo pedía.

Bajo esas condiciones el maestro accedió:- A ustedes les pido que hasta que termine, no salgan de la habitación para evitar otros problemas.

Cuando la orquesta fue a cumplir con la última entrada, nos fuimos y nos lavamos bastante bien, pero comprobamos que teníamos hinchazón en los pómulos y cortes en los labios. Prendimos un faso y sentados, nos dispusimos a esperar el retorno de la orquesta.
Babuskinas, con su verborragia habitual, me decía: -¡Varón, qué noche! Cuántas trompadas que dimos, los cagamos a golpes. Es más, si estábamos mano a mano, los matábamos. ¿Vos te crees que las minas no lo saben? Están chochas de lo macho que somos.

Lo paré y le dije: - Lo que sé, Roberto, es que si no aparecés, los tres chabones me dejaban moscoso. Tengo cada patada en la cintura y en los brazos, en la espalda y las piernas, que da calambre. Estoy todo roto.

En eso estábamos cuando tocaron suavemente la puerta. Babuskinas se levantó y fue a espiar, a ver quién era. Luego, con aire triunfal se dio vuelta y me dijo:- Luisito, aquí hay una dama que te busca.
Me incorporé y fui hasta la puerta. Allí, toda compungida, encontré a Silvia que me dijo; -¿le pegaron mucho? ¡está todo lastimado, y todo por mi culpa!, discúlpeme.

Yo me sentía agrandado, contento, hasta los dolores se me habían pasado, y le respondí:-no me diga eso, en toda milonga siempre se arma algún barullo que se arregla a golpes. Y agregué:-¿por qué dice que todo es por su culpa?

Silvia se arregló el cabello y dijo: -lo que pasa es que hace quince días vino a tocar Pugliese y Norton y yo estuve bailando con el Cholo. Y agregó: -él me insistió para que viniese a bailar, y yo le dije que no sabía si venía y además que tanto él como yo podíamos encontrar otra compañía que nos gustara más y que cada uno podía hacer lo que quisiera, es decir, no le di ninguna esperanza.Es más, cuando usted me sacó y yo no salí, es porque también me había sacado el Cholo y pensando que podía haber problemas, salí con él. Mientras bailábamos, ante su requerimiento, le dije que había llegado un muchacho que conocía de otro baile y que iba a salir con él, a lo que me estuvo preguntando de dónde lo conocía y otras cosas.

Cuando nos separamos, mucho no le gustó, pero creía que estaba todo aclarado y me dispuse a bailar con usted.

Cada vez más satisfecho, le dije a Silvia: - Roberto y yo nos vamos a ir con el maestro pero nos tenemos que quedar guardados hasta que termine. Por eso no fuimos a bailar.
Y agregué: -Lástima que no la voy a ver mas, usted me gusta mucho.

En eso apareció Rosita, que era la mina de Roberto y le dijo a este: -¿Por qué no le da el teléfono de la farmacia a su amigo para llamar a Silvia?. Ella trabaja conmigo en la farmacia y los patrones son muy buenos. Además no es conveniente que nos veamos en Tapiales, para que no se arme mas lío.

Cuando nos despedimos, muy contentos, le dije a Silvia: -¿Entonces la puedo llamar?- a lo que ella respondió: -Por supuesto, nos vemos en Villa Lugano. Acuérdese, en Somellera entre Tellier y Timoteo Gordillo- y se fueron a buscar a sus madres.

A todo esto, el maestro tocaba la última pieza y luego vinieron para el camarín. No pasó mucho tiempo cuando se presentaron las autoridades del club de fomento para saludar al maestro y de paso recordarle que, como había prometido, cuando lo llamaran vendría a tocar con su orquesta.

Cuando salimos con la orquesta nos esperaban, como era usual, los cuidadores del club de fomento, hasta que todos entraran al vehículo. Echó a andar el vehículo, y no habiendo pasado más de una cuadra se sintieron piedrazos contra el rodado. Todos, hasta el chofer, nos agachamos ante la eventualidad de que se rompiera un vidrio, lo que afortunadamente no ocurrió.

Luego de este contratiempo, el vehículo nos dejó en la estación de Villa Lugano. Nos despedimos del maestro, el violinista y de los demás músicos. Y todos, sin excepción, nos felicitaron por nuestro comportamiento.

Eran casi las cinco de la mañana cuando Roberto me dijo: -vamos al café que quiero charlar un rato- a lo que le contesté: -¿todavía no estas conforme con todo lo que nos pasó?
Roberto me miró picadamente y me replicó: -vamos macho, que el que empezó todo el quibombo, fuiste vos y que si no me presentaba te habrían escrachado. Lo empujé y me reí con muchas ganas. Luego le contesté:- lo peor de todo es que tenés razón- y entramos s la pizzería- bar- café.

Pedimos al mozo cerveza y muy eufórico Roberto me dijo, mostrándome un papel: -no te voy a dar el número de teléfono que me dio la mina, así te puedo controlar cada vez que venís a ver a Silvia- y agregó: -Vos sos capaz de venir sin decirme nada. Me causó mucha risa lo que me dijo y le contesté :-Por mí te podes guardar el número donde no te da el sol- mientras empezamos a tomar la cerveza.

Roberto se rió y me alcanzó el papel, que yo rechacé, a lo que me dijo;- tomá macho, este papel me lo dio Rosita para vos, yo ya tengo el mío- y agregó -yo le voy a hablar el miércoles para vernos, si vos querés, le digo que traiga a Silvia.

Contrariado le espeté:-Para un poco varón, que te van a parar el tren y continué:-yo salgo a las cinco de la tarde y a las seis tenemos clases hasta las doce de la noche. ¿me querés decir cuándo las vamos a ver? Lo único que podemos hacer es citarlas para el sábado y no hacer más prácticas de tango.

Roberto me miró riéndose y luego me dijo: -los miércoles las chicas salen a las seis de la tarde y nosotros, mientras no se cure el profesor de economía, tenemos hora libre. Le hablo al preceptor, que es un “langa” bárbaro y podemos entrar a las siete y diez. Es decir, que tenemos una hora para franelear en algún zaguán, además de los sábados.

Alarmado, lo interrumpí y le dije:-Pero estás loco, recién me di cuenta de que si salimos los sábados nos caga la milonga. Roberto me retrucó: -Pare macho que se va a estrellar- y agregó; -ya lo hablé con Rosita, y me dijo que solo van a bailar al club de Tapiales, ya que a otro lugar las madres no las dejan ir, ¬así que los sábados las vemos de seis a nueve, las acompañamos hasta la estación y quedamos libres para la milonga -y agregó:- Luisito, estás muy lento, te hicieron mal los golpes, vos vení conmigo y no te preocupes que yo te conduzco. Le pagué al mozo, terminamos la cerveza y nos fuimos a nuestras casas. Eran las seis de la mañana.

El miércoles siguiente a las cuatro de la tarde me llamó Roberto al trabajo y me dijo: -Luisito, ¿se olvidó que día es hoy? Todavía no se te fueron los golpes? - a lo que le contesté: -lo estoy pensando y además no le hablé- Babuskinas me dijo imperativamente: -pero yo le hablé a Rosita y le dije que íbamos los dos, así que te espero a las seis menos cinco en el bar de Lugano.- y me cortó el llamado.

Mientras me vestía, me quedé pensando, y luego cuando tomé el colectivo, me decidí a ir, porque no podía fallarle a un gomía.

Llegué a Lugano y fui al bar. Cuando me traían un café llegó Roberto con las dos chicas. Los invité a tomar algo pero no quisieron. Pagué y nos fuimos caminando.

Roberto y Rosita se fueron adelante y yo con Silvia, atrás. Silvia me preguntó a qué me dedicaba y qué hacía. A lo que respondí que trabajaba en la Junta Nacional de Carnes, era perito mercantil y estudiaba en la facultad de ciencias económicas.

Y luego agregué: -además soy católico e hijo de italiano y de argentina. Mi viejo se llama Luis, como yo, y mi madre se llama Teresa.

Después me tocó el turno a mi y ella me respondió que era hija de argentinos, que trabajaba en la farmacia haciendo de todo y que no estudiaba porque no tenía tiempo y tenía que ayudar a sus padres.
Dimos una vuelta grande y aprovechando el momento, la tomé del brazo como al descuido, luego me acerqué y la besé en la mejilla, a lo que ella me espetó: -Mire Luis, usted va muy rápido y yo no estoy acostumbrada, vayamos despacio que hay tiempo para todo- a lo que le contesté: -Lo que pasa es que me gusta mucho y quisiera intimar más.

Ya eran las siete y esperamos a Roberto y Rosita. Cuando nos despedimos, Roberto (¿cuándo no?) les dijo a las chicas que nos veríamos el sábado a las seis de la tarde pero que nos quedaríamos hasta las nueve. Por eso, podíamos ir al cine de Lugano y ver una película, a lo que las chicas dijeron que estaba bien, y nos despedimos luego de acompañarlas a la estación.

Cuando íbamos a la facultad, Babuskinas me dijo: -vamos a ver si yendo al cine podemos chapar más, porque no me gusta que se haga la estrecha. ¡Me hizo caminar como quince cuadras!: -¿Y a vos cómo te fue?- Lo miré, y cuando estábamos entrando le respondí: -Cuando quise avanzar me paró la chata, así que veremos.

El sábado siguiente nos reunimos en mi casa para seguir practicando nuevas figuras. A las dos de la tarde apareció Roberto impecablemente vestido. Al verlo le dije: -¿Vas a un casamiento, pichón?
a lo que me contestó, por lo bajo: -A vos las piñas te siguen haciendo efecto varón- y agregó: -Ayer le hablé a Rosita y quedamos que hoy vamos al cine, con Silvia- y siguió: -así que cambiate a las cinco, que tenemos que estar en la puerta del cine de Lugano a las seis.
Lo miré y le dije: -Pero vos siempre resolvés por mí, macho. Eso quiere decir que no tenemos tiempo para practicar- a lo que me contestó: -Cuando se trata de minas, siempre estoy atento, y además, dejame de joder, Luisito, no me digas que vos no querés.

Socarronamente le dije:- ¿Y qué película vamos a ver? Roberto me contestó gritando: -¡La película del pirucho, gil! ¡ Yo voy a tocar carne fresca, boludo! y puso en el tocadiscos, discos del maestro.

Empezamos a practicar y a las cinco de la tarde me fui a vestir, mientras mi vieja nos servía unos sándwiches monumentales. Ya bañado y empilchado, me fui con Babuskinas y como llegamos con tiempo, entramos al café. Antes de las seis llegaron las chicas y nos dirigimos al cine.

Roberto, con premura, sacó las entradas y nadie preguntó qué película daban, aunque yo de reojo vi que pasaban “Por quién doblan las campanas”.

Ya dentro de la sala, Roberto se dirigió hacia la derecha, bien atrás, con el grupo de que le molestaba la vista. Pasó el chocolatínero y lo llamé, cada uno se sirvió lo que apetecía y luego apagaron la luz. Casi al unísono, los dos pasamos el brazo por el hombro de la chicas y las dos lo permitieron.
Había comenzado la película y empecé a besarla en la mejilla y con la mano a tocarle la pierna.
Silvia me levantó la mano y me dijo: -Luis, ya le dije que va demasiado rápido. A lo que le contesté: -Es que estoy muy ansioso y quiero besarte y tocarte- Por favor Luis, no sigas adelante porque nos puede ver la gente y no me gusta- siguió rezongando Silvia, en un susurro.

Pasó un instante y como no dijo más nada, volví a poner la mano en su pierna y no me la sacó, pero me puso suavemente su mano encima de la mía de manera que no se viera. Estaba tan ensimismado en mi tarea, que no me di cuenta de que las luces se habían prendido. Silvia rápidamente me corrió la mano e intentó pararse, entonces dije como al pasar: -¿ya son las ocho? ¡cómo paso el tiempo!
Mirando a Roberto y guiñándole un ojo, nos paramos y comenzamos a caminar hacia la salida. En la vereda nos compusimos y nos dirigimos hacia la estación, donde estaba el café.

De pronto, Roberto con Rosita se detuvieron en un zaguán y Silvia y yo pasamos de largo. A unos pasos, también encontramos otro zaguán y allí nos quedamos. Charlando animadamente fuimos entrando al zaguán, completamente oscuro, y en un descuido, la besé. Ella tímidamente interpuso un brazo y yo la seguí besando. Ella no puso más resistencia y seguí adelante con todo.
Estábamos en lo mejor cuando se escuchó el ruido de la cerradura de la puerta cancel interna.
En un segundo nos compusimos y como pudimos, nos dispusimos a ver qué pasaba.

De pronto apareció un señor mayor, que con una sonrisa nos espetó: -No se molesten, pero les aviso que en una hora tengo que venir con gente y sería prudente que no estuvieran.- y agregó: -No se inmuten y sigan con lo que estaban haciendo, que nadie los va a molestar.
Tímidamente le contesté, mientras el señor se iba:-En un rato nos vamos, disculpe.

Y continuamos a todo tren.

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