martes, 25 de enero de 2011

SIN PALO NI REBENQUE



El nieto insistía en que para dormirse, el abuelo debía contarle un cuento nuevo, distinto a los que le había referido an teriormente.

Un poco fastidiado el abuelo Luis le dijo a su nietito:
-   Franquito, voy a ver si me acuerdo de algo, pero te adelanto que a este paso no sabré qué decirte. Te conté como veinte cuentos y seguís insistiendo. Pero teniendo en cuenta que sos muy aplicado trataré de recordar algo.
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A todo esto, hay que tener en cuenta que el abuelo Luis tenía una fijación muy especial con su único nieto varón: 
quería que fuese alto y fuerte como él, quería que hiciera dos carreras universitarias como él, quería que de soltero saliera con muchas chicas como él, de allí el seudónimo de "macho argentino",  quería que bailara el tango como él, de allí el seudónimo de "bailarín compadrito" y  queria  que  jugara  mejor  al  ajedrez  que  él..
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Franquito encendió su cara de felicidad, se acomodó en la cama y se dispuso a escuchar. El abuelo se sentó en la cama junto al nieto y comenzó su relato:

 -   En la provincia de Buenos Aires había un señor que era bajito,  no gordo pero rellenito,  de pelo negro,  con entradas, que tenía dos caras:  una despavorida,  suplicante y sumisa, cuando trataba con los poderosos y otra de suficiencia, arrogante y prepotente cuando se dirigía hacia sus subordinados.  Se llamaba Rene Malacabad Cretin.
Su nariz aguileña y su boca grande, debido a la continuación de las comisuras, se adaptaban a las dos funciones.
Trabajaba en una casa de créditos de la Capital y su trabajo era el manejo del personal.    Como era licenciado en Relaciones Públicas se la pasaba haciendo cursos y relacionándose. 
Siempre mintiendo a sus jefes,  diciendo que el curso era para estar actualizado y hacer bien el trabajo;  y a sus subordinados, diciendo que iba porque se lo pedían especialmente porque lo iban a ascender.
Cuando un gerente pedía incremento de sueldo para algún je­fe, le decía que lo iba a elevar al directorio y que tuviera paciencia. Y luego, a pesar de que podía otorgar la mejora, iba al director del que dependía y le decía que a ese jefe le iba a dar la mitad de lo que solicitaba en virtud de que llegaba tar­de, que su trabajo no era importante y que otras personas con cargo de menor categoría lo necesitaban más, a lo que el director lo auto­rizaba .
Así le hacía perder un mes y luego le otorgaba un magro aumen to culpando al director,  diciendo que éste no quería darlo.
Su carrera estaba jalonada con hechos de este calibre,  siem­pre escudándose en algún superior.    En todos los hechos de su existencia actuaba así.
Pero como la vida de las personas es un vaso comunicante en el cual ningún hecho queda sin saldarse, ocurrió que nuestro hombrecillo,  de tanto satisfacerse con el mal de los demás,  contra­jo un escema alérgico que le abarcaba parte de la cara y las manos,  dándole un aspecto asqueroso.
Las personas se comunicaban con él por teléfono y el director prohibió que lo visitara.
En su casa,  sus familiares a pesar de aceptarlo,  trataban de eludirlo, hasta que la esposa le aconsejó que se internara.  Así lo hizo en el sanatorio San Valentín.
Al principio,  al amparo de que la empresa pagaba su trata­miento,  exigía y le hacían pruebas y análisis.
Un día su esposa llegó con la novedad de que la empresa no podía seguir abonando la internación,  que el sueldo se lo pagarían solamente tres meses más y que habían nombrado otro jefe de personal.
Ese mismo día dejó el sanatorio visiblemente compungido y se fue a la casa, ocupando la pieza destinada a los huéspedes.
Solo en la habitación y mirando al techo pensaba en su des­gracia,  cuando emergió una figura borrosa,  que luego se adelantó.  Era como un ángel, que le preguntó cómo andaba, a lo que le contestó:  -¿Qué es lo que hice para tener tanta mala suerte?
El ángel le hizo recordar paso a paso lo que había provocado con sus acciones, y le dijo que si no hubiese sido porque se condolió de él, hubiese tenido peores dolencias, y continuó diciéndolé:
- Ustedes tienen en la tierra un común denominador que es el dinero. Este fue creado para llevar cuentas entre los humanos. El que más roba, guarda o embauca tendría (aparentemente) un mejor pasar en la tierra. Pero lo que realmente vale es el piza­rrón de nubes que tenemos acá; cada acción se cataloga en buena o mala para cada alma.  Por más que se acopien tesoros en la tierra, estos quedan en el planeta; no se pueden trasladar, y para nosotros su valor es nulo.
¡¡Pobre del que tiene un buen pasar en la tierra hasta su muerte y no ha hecho ninguna buena acción, porque para salvar su alma tendrá que hacerlas aquí!!
Vamos a repasar el pizarrón para ver tu calificación.
El ángel levantó sus manos y apareció algo entre las nubes que decía:  diez acciones buenas; noventa y tres acciones malas.
El ángel se tomó el mentón mientras apoyaba el codo en el otro brazo y dijo:
-   Son muchas las que te faltan para salvar tu alma.  Te voy a dar a elegir si las quieres hacer en la tierra o aquí en el cielo.
René reaccionó como era su costumbre y en forma suplicante (olvidando que el ángel lo conocía)  le preguntó:
-¿Si elijo en la tierra tendré el aspecto saludable que tenía antes?
El ángel lo miró pícaramente y le respondió:
-   Inefable René, se ve que no escarmientas, y no te intere­sa si estás o no en condiciones de pactar. Sin embargo manten­go mi palabra y si eliges hacerlo en la tierra, cada acción que realices valdrá el veinte por ciento de la que puedas hacer en el cielo. Además, a medida que realices la acción, a mi satisfacción, te iré mejorando lentamente a medida que vayas acumu­lando, de manera tal que quedarás curado cuando superes las acciones malas.
Luego, batiendo la mano de arriba hacia abajo agregó:
-   Te llevará un tiempo largo:  años y años.
René inquirió seguidamente:  - ¿Y si elijo hacerlas en el cielo?
El ángel se rascó la cabeza y le contestó:  - El ceder tu vida con la agravación de tu mal te concederá ochenta acciones buenas y luego en el cielo cuidarás de tres seres terrenos iguales que tú y a medida que los recuperes acreditarás una acción buena por cada uno.  Al terminar serás un ángel como yo y estarás al servicio de Dios,  ya salvado.
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La mujer de René recibía los pésames y trataba de informar cómo había sido el desenlace.  Desfilaba gente de la empresa donde René había trabajado y en pocos minutos se retiraba.
Hasta que apareció uno de los encargados que había colaborado con él.  Era alto, delgado, amanerado y con cara de degenerado. Cuando estuvo al lado del féretro besó a la esposa y dijo, mientras los presentes hacían corrillos acerca de su forma de ser y de la vestimenta:
-¡¡Ay!!  Yo le dije que se cuidara pero era un cabeza dura. ¡¡Qué barbaridad!!   ¡¡Qué joven era!!  Y usted, señora,  ¿Qué hará en el futuro?
La señora,  visiblemente molesta por el personaje se excusó y se fue a la cocina.


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  René observaba azorado. Ya no tenía cuerpo. Solamente pensamientos. Giraba a través de las estrellas pero no tocaba nada. Era inmaterial y no había a quién dirigirse. El tiempo no exis­tía.  La NADA señoreaba por doquier.
De pronto percibió una sensación que lo envolvía y turbó su solitaria paz.  Era el ángel que le decía:
- Te traje los tres casos que debes resolver,  con la condi­ción de que la salvación de estos mortales será tu salvación.
El alma de René curiosamente le musitó:   - ¿Por qué no puedo verte?  - a lo que el ángel le respondió:
- Solamente me verás cuando resuelvas los tres casos que te dejo.  Además, recién podrás comenzar a resolver el siguiente cuando tengas solucionado el anterior.
Tímidamente volvió a preguntar:  - ¿Podré ayudar a mi fami­lia?  ¿Los veré? Ya no percibió la sensación del ángel.  Pasó un lapso de tiempo y percibió otra sensación.  Se hizo como un agujero y vio a un chico de diez años que en el jardín de su casa tenía asido a un gatito recién nacido.  Lo estaba apretando sádicamente hasta que expiró.
René se preguntó: - ¿Será este el primer caso?. Es fácil la solución.  Le diré que no lo haga más y sabrá comprender.
De inmediato, y de forma imperativa,  le dijo a Ricardo:
-   No lo hagas más,  si no te castigaré.
El chico no se inmutó, porque no lo escuchaba y fue en busca de una pobre langosta a la que atrapó.  Con sadismo renovado y cara de satisfacción procedió a separar del cuerpo las alas y luego le arrancó la cabeza, tirando el resto al suelo y lo aplas­tó con el pie.
René impotente, entró en la decepción.  Luego se preguntó:
-   Si no me escucha,  ¿qué puedo hacer? Probaré acercarme a ver qué ocurre.
Trató en vano de acercarse.  Siempre había la misma distan­cia entre él y el agujero.
De nuevo el chico hizo otra mala acción, ya que le colocó el gatito muerto a una compañerita en el bolso del colegio.
Cuando la compañerita abrió el bolso y vio al animal muerto echó a correr despavorida.
René, muy preocupado, veía todo impotente y se decía:
-   Pensar que mi salvación depende de cambiar la forma de ser de este chico. No quiero pensar en qué consistirán los otros casos.
Siguió observando al chico y vio que luego de entrar a su casa se puso a ver televisión.  Daban una serie del oeste americano con personajes buenos y malos.  Cuando al terminar observó que triunfaban los buenos tomó el cenicero de una pequeña mesita y lo estrelló contra la pantalla del televisor.  La explosión fue tan grande que, aparte de la madre, se acercaron algunos veci­nos sorprendidos por el impacto.
El chico se escapó y la madre,  llorando,  imploraba a Dios que lo hiciera cambiar.
René,  de nuevo impotente, trataba de pensar; y de pronto recordó que él también actuaba así cuando era chico.
Meditaba cómo podría solucionar este caso y no encontraba solución. Se encontraba solo en la inmensidad. De pronto se dijo :
- Parecería que los casos que tengo que resolver son los de mi propia vida. Pensándolo bien...¡Qué mal actuaba! Tendré que reparar todo lo malo que hice y empezar por este chico. Buscaba la forma de influenciarlo no la encontraba; el chico hacía las mil y una travesuras.
Tan impotente se sentía buscando la solución, que se concentró en desear que algo sucediera para darle una lección a ese chico, que era una copia fiel de él.
El chico estaba jugando con una puerta y la golpeaba salvajemente hasta que logró rajar la madera.  René se concentró de tal manera para que el chico dejara sus dedos en el marco cuando tirase fuertemente de la puerta, que al final lo logró.  Al tirar la puerta con fuerza, el chico no sacó la mano del marco y se apretó los dedos. Un instante después quedó como petrificado. Las lágrimas le brotaban a borbotones. Abrió trabajosamente la puerta y sacó los dedos, que quedaron como estampados en el marco. Llamó a la madre gritando de dolor, y prometió no hacer más travesuras. René, extenuado por el esfuerzo, vio có­mo se disipaba la visión y se aletargó.


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Sin saber cuánto tiempo pasó,  siguió buscando ver algo que le dijera que el primer caso había sido resuelto.  Ya desesperaba obtener éxito,  cuando se volvió a abrir un hueco en la inmensi­dad y apareció un zaguán, y en el mismo, una pareja que se abrazaba desesperadamente.  Eran una chica de veinte años y un muchacho de veinticinco.  Ella le decía:
-   Ya sé que me quieres,  pero tranquilízate, pues ya sabes que hasta que nos casemos no te daré lo que quieres.
Él, con voz trémula y con un calor que lo tenía obnubilado le respondió:
-   Vos sabés que te quiero y que solamente existís para mí. Esto es lo que más deseo y quiero hacerlo contigo.  Finalmente, el galán desistió y besándola fuertemente se despidió y se fue.
Vio desde el zaguán cómo el muchacho tomaba el colectivo y se iba hacia su casa.
Una vez que se cercioró de que no la estaban viendo paró un taxi y se dirigió a la casa de Pura,  una prostituta profesional. Cuando llegó, Pura, que la estaba esperando, dijo:
-   Tienes que apurarte,  Silvia, ya es tarde.
Silvia,  con gesto de contrariedad y desagrado, respondió:
-   Tenés toda la razón del mundo, pero Joaquín es un pegote y se pone insoportable.  Además no quiero acceder a sus reque­rimientos , porque seguramente cuando lo obtenga se irá y yo lo quiero para casarme.
Pura la palmeó afectuosamente y le asintió:
-   Lo que dices es verdad, pero vos sabés que yo dependo de Jack y está muy molesto porque los candidatos quieren a una ho­ra precisa y yo casi nunca puedo cumplir.
René observaba por el hueco desde la inmensidad y se pregun­taba :
-¿Qué voy a hacer con esta descarriada? Tiene mala cabeza y es difícil cambiarla.   Pero algo tengo que intentar, pues de ello depende mi  salvación.
Siguió observando para ver en qué momento volvería a concen­trarse.  Las dos mujeres volvieron a tomar un taxi y se dirigie­ron hacia un imponente y lujoso hotel de la terminal de ómnibus y trenes.  Era el Triunph Center.  Subieron al piso once y la recibió Jack, visiblemente molesto,  que les dijo:
-   Siempre llegan tarde,  pero les voy a dar una oportunidad si es que me prometen que van a cambiar - y tomándolas por la cintura mientras las sentaba,  agregó:
 - Hablé con Junot y logré que las tres fotos de cada una,  vestidas,  en malla y desnudas,  se coloquen en la cartilla de adición del Snack Mazurca, que es de propiedad del Hotel.  Allí mandamos a los turistas extranjeros que paran en el Hotel y les hacemos elegir a una modelo.   Por la de televisión le cobramos doscientos dólares y por ustedes cien.  De esos importes las modelos reciben la mitad y el hotel logra que se queden más tiempo y nos recomienden.  Eso sí, tienen que estar a disposición del cliente toda la noche y hacer lo que él les dice.
Silvia le respondió de inmediato:
-   A mí me gustaría,  pero no puedo faltar de casa todas las noches,  porque a veces mi novio se queda tarde. ¡¡Es una verdadera lástima!!
Jack,  contrariado,  se puso la mano en la frente y se quedó pensando.  Luego de un rato y luego de pasearse inquieto,  se iluminó su rostro y le respondió:
-   Me parece que tengo la solución para las dos.  Vos,  Pura, estarás para el Snack Bar y Silvia estará para el grupo de orientales,  que de tanto en tanto solicitan una mujer.   La paga es de cincuenta dólares y no hay obligación de quedarse una vez que se prestó el servicio.  Eso sí, me tienes que llamar todas las noches y te diré si tienes que venir.
Silvia agradeció la solución y se disponía a saludar para irse,  cuando Jack recibió un llamado telefónico y les pidió que se callaran.  Estuvo hablando unos minutos,  cuando tapó el auricular y le dijo a Silvia:
-   ¿Qué te parece si comenzás hoy mismo?
Silvia,  sorprendida, atinó a decir que sí.  Jack terminó de hablar y le dijo:
-   Verás al señor Hoo Chin en el piso noveno, habitación 909.
Estás de suerte,  pues es el coreano que más propina da.  Una vez terminado,  vendrás a verme para que te de los veinticinco dólares y toda la propina es tuya.
Jack llamó a la secretaria y le espetó:
-   Por esta vez y hasta que se enseñe,  la llevarás al 909 y se la presentarás al coreano.
La secretaria sin hablar se dirigió al ascensor y luego a la habitación del coreano y golpeó.  - Sr.  Chin - dijo mientras abría la puerta - Jack le manda lo que pidió.
De adentro se escuchó un acento extranjero que respondió:
-   Que pase y agradézcale a Jack - Silvia entró en la habitación y vio a un anciano obeso en camiseta y calzoncillo senta­do en la cama que le dijo - Sácate la ropa y ven a la cama - a lo que Silvia asintió.
René se esforzaba para que el coreano despidiera mal olor, y por el hueco de observación presenció cuando con ropa inte­rior Silvia se acostó al lado del coreano.  El le pidió que le sacara la ropa a lo que ella accedió.  Rene observaba que Silvia varias veces se llevaba la mano a la nariz como si el hedor fuera insoportable.  Parecía que no obtendría éxito cuando Silvia empezó a tener arcadas y luego a vomitar,  ensuciando la cama. El coreano contrariado se ofendió y la echó.  Silvia,  entre arcadas y vómitos,  se vistió como pudo y salió de la habitación.  En el pasillo y el ascensor se prometía que nunca más engañaría al novio.  Tomó un taxi y se dirigió a su casa.  En el camino el taxista le preguntó si estaba descompuesta, a lo que respondió que no era nada.  René,  del esfuerzo quedó extenuado y el hueco se disipó.
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René vagaba por la inmensidad y le parecía que había pasado una eternidad. Y cuando ya creía que había fracasado, se vol­vió a abrir el hueco familiar y se puso a observar.
Esta vez la escena se desarrollaba en una suntuosa oficina de un Jefe de Departamento de Finanzas de treinta y cinco años que hablaba acaloradamente con un jefe de menor cuantía a quien le exigía que obtuviera datos de otro gerente para comprometer­lo y así poder ocupar su lugar.    Eduardo miró fijamente a Enzo y le dijo:
-   Me tienes que obtener los datos de los clientes que no pagaron para que yo pueda informar que la gerencia de Créditos y Cobranzas no anda bien y ofrecerme a realizar las gestiones para regularizar la situación.-    Enzo ensayó una protesta y fue amenazado con el despido.
Una vez que Enzo se retiró a buscar los datos, Eduardo lla­mó a Claudia,  su secretaria, y le dijo:
-   Claudia, solicita los listados de computación del Balance Analítico del mes de mayo que quiero ver si no falta algo por contabilizarse.
Claudia,  fastidiada,  le contestó:
-   Señor,  esos datos no son de nuestro sector y no los pode­mos pedir.
Eduardo,  contrariado,  se puso serio y le increpó:  - Decime, desagradecida,  cuando te hice secretaria te gustó;  cuando hice entrar a tu hermano en suministros te gustó;  cuando te cubrí con tu novio te gustó; bueno, ahora tenés que hacer algo por mí y te negás.  Es mejor que consigas lo que te pedí a cualquier precio.  ¿Me entendiste?
Claudia salió llorando del despacho.  Poco después Eduardo llamó al despacho del Director delegado y pidió una entrevista, la que se concretó a la tarde.
Cuando Eduardo fue a la entrevista vio a la secretaria y se deshizo en elogios.  Esta lo escuchaba con mucha atención, pues le gustaba que la halagaran.  Intuyendo ésto Eduardo le dijo:
-¿Sabe que cada día está más linda? ¡¡Y qué físico!!  Puede pasar por una adolescente.
Inflada como un pavo, María Jesús le contestó:   - Usted siem­pre tan atento.  ¿Qué lo trae por aquí?
Esta mañana le pedí una entrevista al señor Rodríguez Edward y me dijo que lo viera a las 17 horas.
María Jesús se fijó en el libro de citas y contestó que no estaba:   - Miré en el libro de citas y no está.  Pero descuide que yo lo haré atender cuando salga el proveedor que está con él. ¿Sabe? Ese turno es de los japoneses, pero lo correré más tarde.
Y así lo hizo.  Cuando llegaron los japoneses les dijo que las citas estaban atrasadas una hora, así que les sugirió volver más tarde.
Cuando salió el proveedor hizo entrar a Eduardo, que le agradeció efusivamente.
¿Qué tal doctor,  cómo está? - dijo Eduardo al Director Delegado.
-     Siéntese.   ¿Qué tema lo trae por aquí?- le contestó el Direc tor Delegado, mientras se preparaba a escuchar.
-     Doctor,  lo que me trae a gastar su tiempo son informacio­nes muy importantes - mientras abría una carpeta con cuadros estadísticos.   Y continuó diciendo - las áreas que están más descuidadas son las de Créditos y Cobranzas, Administración y Ventas .
Y siguió explicando la cantidad de clientes que no pagaban y no se hacían gestiones;  la cantidad de asientos que no se habían registrado,  la baja de ventas que no eran atribuíbles a situaciones económicas.  El Director Delegado miró con mucha atención y luego dijo:
-¿Cuál es su opinión?
Eduardo,  con mucha satisfacción le respondió:
-   Para estos tres sectores se necesita mucho control y una fuerte supervisión.  Lo ideal sería una gerencia que comprenda estos tres sectores.
El Director Delegado lo miró profundamente y luego contestó:
-   La idea no es mala,  lo pensaré, pues algo tenemos que hacer.  Lo llamaré si necesito aclaración sobre estos datos. - Eduardo saludó y cuando se retiró atropelló a una silla.
Tocándose la pierna golpeada, maldiciendo por lo bajo, se fue pensando que el anzuelo estaba echado y que él sería el candida­to ideal para el puesto.


Rene, desde su mirador en la inmensidad, se veía reflejado y comprendía todo el mal que había hecho. Deseó con ganas ver quiénes decidían el nombramiento de ese gerente y ver si podía dar una lección a Eduardo. Ya desesperaba, cuando apareció en el mirador la sala de Directorio con el Presidente y los Direc­tores y estaba en el uso de la palabra el Director Delegado, que informaba a la sesión sobre los problemas que había con lastres áreas.
El Director Delegado terminó su exposición diciendo:- Y teniendo en cuenta que Finanzas es la receptora del resultado de las tres áreas y en virtud de que el jefe de ese sector es el que mejor se viene desempeñando,  propongo que Eduardo se haga cargo de la Gerencia de Finanzas.
El Director de Administracion interrumpió y dio su asentimiento para el nombramiento.
René, que veía que iba a ser premiado un sinvergüenza, diri­gió toda su concentración hacia el Presidente, tratando de modificar el asentimiento general. Cuando ya no tenía esperanzas de lograr su objetivo, y casi exhausto por el esfuerzo de concentración, el Presidente interrumpió la reunión y dijo:

- Yo también concuerdo con que el hombre indicado es Eduardo, pero por los mismos problemas que ustedes  están citando, nuestras finanzas no son muy brillantes y un nombramiento así nos costará mucho dinero,  no sólo por el nombramiento del gerente,  sino por­que debemos nombrar un reemplazo en Finanzas.  Además,  como Eduardo anda tan bien,  no quiero que podamos flaquear en este rubro,  que es fundamental.  Por eso,  creo que lo más conveniente es que el Director de Administración se ocupe del tema y desde ahora se llame Director de Administración y Finanzas,  debiendo así provocar las modificaciones en las tres áreas deficientes.
Se puso a votación y fue aprobada la moción.
Instantes después,  el Director Delegado llamó a los jefes de Créditos y Cobranzas, Administración,  Ventas y Finanzas, y les comunicó la novedad. Todos admitieron y se fueron.
Una vez en su despacho, Eduardo tiraba varios libros y útiles, maldiciendo el momento en que se le había ocurrido meterse en lo que no le importaba y juró:
-¡Que me maten,  si otra vez les voy a llevar información!  En vez de ascender, me sumergieron a la altura de los tres ineficientes.  Soy un infeliz,  un tarado y un infradotado.
Rene exhausto por la concentración, casi no percibió las úl­timas expresiones, pero se sintió contento porque había encauzado a una mala persona.


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René,  ya tranquilo,  esperaba poder ver al ángel.  Él había cumplido con lo que le habían pedido.  Ahora merecía un premio: ser ángel.
De pronto se dio cuenta de que cuando él quería que aparecie­ra el hueco o corregir a un descarriado se concentraba hasta la enajenación.   ¿Por qué no iba a hacerlo ahora?
Así lo hizo,  deseando primeramente que apareciera el ángel, su protector.  Ya desesperaba,  cuando se presentó el ángel y le preguntó que quería y porque lo molestaba.
René,  fuera de sí le recordó:  - Vos me dijiste que si logra­ba resolver los tres casos, me transformarías en un ángel como vos y estaría al servicio de Dios.   ¿Qué pasa?  ¿Ahora te echaste atrás y no querés cumplir con tu palabra?
El ángel se  sonrió y pícaramente le dijo:   - Un ángel nunca se echa atrás ni  se desdice de su palabra,  lo que ocurre, es que vos no resolviste ningún caso todavía.
René, más encolerizado aún, respondió: - Pero entonces no ob­servaste como corregí a cada uno de los que me presentaste y salvé a los que iban a ser perjudicados.
El ángel sonrió nuevamente y agregó:   - Entendiste mal.  Yo te dije que salvaras definitivamente, y no por una vez.  - Y subrayó con énfasis:   - No tenían que hacer nunca más el mal,  no fracasar una vez.  Y para que no te queden dudas de que te digo la verdad,  te voy a mostrar en la misma pantalla que todo está igual.
Se colocó al lado de René y se abrió una pantalla más grande donde este pudo volver a visualizar los casos ya pasados.
Mirá - le dijo a René - El chico sigue haciendo sadismo, como la chica, que sigue engañando a su pareja, y como el ejecutivo, que sigue dando informes para destruir a los demás.
Dicho esto agregó: - Cuando uno hace obras malas, perjudicando a otros inocentes que no merecen ese comportamiento, para borrarlas se lleva una eternidad.  Cuando realmente salves a las personas que hacen mal, serás ángel sin mi intervención. Hasta que llegue ese momento, así permanecerás en la inmensidad.
René se lamentaba del mal que había hecho,  vagando por el espacio.

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