miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Halo Azul

La tarde gris y el fuerte viento presagiaban lluvia. En el cielo se veían gruesas masas de nubarrones negros.
En el centro de la ciudad, las calles estaban abarrotadas de gente y automóviles que pugnaban por pasar a favor de los semáforos.
Aries, con paso decidido, se encaminó hacia la parada del ómnibus número ciento treinta y cinco que lo dejaba a tres cuadras de la casa donde lo esperaba su familia.
Una señal con el número del ómnibus indicaba la parada, donde había diez personas esperando.
Luego de aguardar pacientemente por espacio de quince minutos llegó el ómnibus.
Paró y subieron siete personas, tres de ellos colgados.
En la parada, Aries pensaba qué ingrata había sido la vida con él, en los sueños que había acariciado desde niño y en lo poco que podía darles a los suyos a pesar de tener un título universitario.
Rememoraba todo lo que había hecho y lo que hacía para poder ganar un peso más con el fin de enviar a sus hijos a la universidad. A pesar de esto muchos ejemplos se interponían en su propósito, pues muchos clientes de su estudio eran albañiles, relojeros, verduleros, tenderos, etc., y ganaban fortunas con negocios turbios que él asesoraba para que dentro de lo posible estuviera de acuerdo con las leyes.
Un gran estruendo, de un rayo, lo hizo volver a la realidad. Gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer levantando una tenue polvareda sobre el pavimento, luego de lo cual un incipiente humo se elevaba, incrementando la humedad reinante.
Trató de guarecerse en una saliente del edificio de departamentos cuya puerta daba frente a la señal.
Llovía cada vez con más intensidad hasta que divisó el ómnibus, que a gran velocidad levantaba una cortina de agua.
Cuando faltaban pocos metros para llegar a la señal, el chofer aplicó los frenos pero estos no respondieron y arrastró el coche treinta metros después de la señal.
Los tres que esperaban y Aries corrieron bajo una espesa cortina de agua. Por fin paró el ómnibus y subieron los pasajeros. Creyendo que todos habían subido, el chofer arrancó y Aries hizo un esfuerzo con el fin de alcanzarlo pero como las suelas de sus zapatos estaban gastadas patinó en la vereda. El ómnibus siguió y Aries aterrizó arriba de una tapa de luz que la empresa de energía tenía instalada.
Por efecto de la fuerte lluvia se había inundado y salían fuertes chisporroteos. Cuando Aries quedó sentado encima de la tapa se produjo un corto circuito y un halo celeste contorneó el perfil de su cuerpo.
Un grito seco profirió Aries y quedó tirado cuan largo era.
Dos trabajadores de una obra en construcción se acercaron y trataron de auxiliarlo. Cuando lo tomaron para socorrerlo, en tan siniestra posición, hicieron corto circuito.
Una intensa y corta llamarada los cubrió y los fulminó, dejándolos como un carbón encendido.
Luego de esto, una violenta explosión arrojó a los trabajadores y a Aries, junto con la tapa, al medio de la acera.
Nadie se acercaba, hasta que de un negocio llamaron a la policía.
El tráfico estaba completamente detenido, observando a los tres hombres que yacían en el pavimento. La lluvia arreciaba, a pesar de lo cual, más de doscientas personas se agruparon preguntando animadamente.
De pronto se escuchó un estruendo de sirenas y al instante aparecieron la policía, la ambulancia, los bomberos y el camión de salvataje de Energía Eléctrica.
La actividad de estos idóneos se dificultaba porque la explosión había provocado un apagón que afectaba toda la zona.
La policía hacía preguntas a las personas que habitaban las casas y locales, inquiriendo cuál había sido el motivo del accidente.
Los integrantes del camión de salvataje procedían a aislar los cables, a los efectos de que no sucedieran nuevas explosiones con el consabido peligro. Hecho esto, el jefe de la cuadrilla habló con la central para que enviaran refuerzos y elementos. Antes de que armaran una carpa para que no entrara más agua en la Caja, se podía observar en la gran maraña de cables de todo tipo y grandor que la mayoría estaba fundido en un gran pozo negro y profundo.
Los bomberos verificaban que los dos trabajadores de la construcción se encontraban desafortunadamente carbonizados y procedieron a taparlos.
Pero en el caso de Aries, uno de los bomberos comenzó a hacerle respiración boca a boca, cuando se acercó el practicante médico de la ambulancia y le indicó que se lo dejara a él.
El practicante médico continuó con la respiración boca a boca y al ver una pequeña reacción ordenó que acercaran la camilla y el suero. Lo pusieron en la camilla y lo cargaron en la ambulancia, que cerró las puertas y partió velozmente.
Poco tardó en recorrer las veinticinco cuadras que la separaban del centro asistencial. Al dar vuelta la rotonda de entrada se divisó un extenso parque coronado por almácigos de flores, con un gran reloj, cuyas agujas y números estaban ornamentados de violetas.
La fuerte sirena convocó al personal de guardias, que pronto ayudó a retirar la camilla con el suero incluído y conducirla por el corredor hacia la sala de terapia intensiva, donde luego de entrar, se cerró herméticamente la puerta.
Una vez instalado en la cama especial se le colocó oxígeno, ajustándole una máscara en la cara.
Uno de los médicos rápidamente tomó el pulso, que casi no existía y probó varias veces, mientras se preparaba el resucitador.
León -dijo el médico que tomaba el pulso- cada vez que le tomo el pulso siento un gran cosquilleo, como la descarga de un timbre, y casi no noto los latidos.
-Dejate de pavadas, Esteban, y desnudale la parte de arriba -dijo León- porque sino se muere.
Esteban trató de sacar el saco, la corbata y la camisa pero no pudo; insistió y volvió a sentir el cosquilleo. Además la ropa estaba toda chamuscada.
León, al ver esto, actuó con gran decisión y procedió a aplicar los dos polos en el pecho de Aries. Ni bien tocó la camisa surgió una llamarada azul celeste que tomó los brazos y parte de la cara de León, mientras se fundió el aparato resucitador.
León pudo retirarse a tiempo, mientras Esteban con una manta cubrió a Aries y trató de sacar los dos polos.
Lo logró luego de un gran esfuerzo y lo tiró al suelo y procedió a auxiliar a León -Enfermera- dijo imperativamente- deme una compresa húmeda.
Mientras revisaba a León asistido por los médicos y enfermeras, casi ninguno reparó que Aries había abierto los ojos y pugnaba por incorporarse.
-Bueno, bueno- dijo Esteban a León- esto no pasó de un susto- y agregó con picardía- lo único que la cara te quedó estropeada y se acabó tu fama con las pibas.
Recién reparó en Aries, que trabajosamente se había parcialmente incorporado.
-¿Qué hace?- dijo Esteban enojado- acuéstese y no se mueva, que casi se suicida un médico por su culpa.
-¡Enfermera! Llame urgente al doctor de energía nuclear.
Mientras la enfermera cumplía el encargo, Esteban se sentó en la cama junto a Aries y le dijo:
-Señor, ¿me escucha?- a lo que Aries asintió con la cabeza.
-¿Me puede decir qué pasó? ¿Cómo se siente? Despacio por favor.
Aries respondió:
-No me acuerdo, no sé nada. ¿Donde estoy?
-Está en el hospital-dijo Esteban y agregó- No importa, descanse.
-Enfermera, colóquese guantes de goma y revise si el paciente tiene documentos, pues tendríamos que llamar a los familiares. Además, llene una ficha con todos los datos.
En ese momento llegó el médico de energía nuclear y miró a Esteban, que se incorporó rápidamente.
-Doctor, lo llamé porque quiero que lo revise. Le prevengo que al tomarle el pulso sentí un cosquilleo y cuando le pusimos el resucitador se fundió, con el antecedente que fue recuperado de la calle en una explosión provocada por la lluvia y los cables de alta tensión.
-Algo me adelantó la enfermera, por eso traje este aparato para auscultarle- respondió Saúl Guido, que así se llamaba el médico.
Colocó con cuidado los dos polos del medidor sobre el pecho de Aries y se produjo una chispa que fundió el aparato.
Tiró el medidor y agregó:
-Tenemos que llevarlo hasta la sala de Energía Nuclear y revisarlo con aparatos de más potencia- a lo que Esteban asintió y ordenó que con guantes de goma lo pusieran en la camilla toda cubierta con una manta, de manera que el cuerpo de Aries no tocara ningún metal.
La sala estaba repleta de instrumentos costosísimos para la investigación médica con energía nuclear.
Saúl, seguido de otros médicos, procedió a acercarlo a un gran pulmotor, a efectos de tratar de medir esa energía que despedía Aries y lograr explicar la causa por la que estaba vivo.
Terminadas las pruebas y de nuevo en la camilla, Saúl procedió displicentemente a hablar con Aries.
Luego de cerciorarse de que Aries lo escuchaba le dijo:
-Quiero que me refiera qué siente y si recuerda algo.
A lo que Aries le respondió:
-No me acuerdo de nada y me siento bien. Lo que no sé es cómo me encuentro aquí, quién soy y cómo me llamo.
Saúl, luego de mirarlo, dijo:
-Le saqué el suero y quiero que beba ese té tibio que tiene en la mesita.
Aries se incorporó, tomó la tasa y con dificultad bebió.
-Bueno, le comunico que lo vendrá a ver el doctor Héctor Jorge, que es especialista en psiquiatría, análisis e hipnosis para tratar de que recupere la memoria- agregó Saúl y se fue.
Al rato llegó el psiquiatra con el administrador del Centro Asistencial.
-Señor- dijo el administrador- no hemos podido llamar a su familia porque sus documentos estaban chamuscados. Esperamos que el doctor pueda hacerle recordar algo que nos pueda guiar, por lo menos para saber si tiene alguna Obra Social- y dicho esto se retiró.
En el pasillo se encontró con Saúl y le dijo:
-No sé si dará resultado y podremos resarcirnos del costo, si no lo derivaremos a un asilo del Estado. No sé cómo me hice convencer.
-Saúl le replicó:
-Se hizo convencer porque si logramos determinar la razón de su supervivencia estaremos en el umbral del mayor descubrimiento científico- y agregó- No se olvide que todas las pruebas nucleares nos indican un campo de fuerza desconocido para nosotros e integrado perfectamente a funciones biológicas vitales, y que va aumentando al paso del tiempo- y dicho esto se despidieron.
En la sala de energía nuclear, el psiquiatra procedió a cerrar cuidadosamente la puerta para que no fuera molestado. Se sentó al lado de Aries y le dijo -A medida que lo ausculte, usted me dirá lo que sienta con lujo de detalles.
Procedió a tomarle el pulso y notó algo muy particular: un intenso cosquilleo y un esfuerzo muy grande por asirle la muñeca, lo que en definitiva no pudo hacer. Inmediatamente preguntó:
- ¿Qué sintió?
- Nada en absoluto -contestó Aries.
Héctor Jorge sacó un reloj de bolsillo con una cadena larga de plata y se incorporó. Se puso frente a Aries, comenzó a balancear el reloj y le indicó que siguiera el movimiento atentamente.
-Ahora va a dormir profundamente.
Luego de un momento procedió a decirle:
- ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su trabajo?
Aries, con un gran esfuerzo, comenzó a decir:
-Soy especialista en asesoramiento de impuestos y tengo un estudio donde atiendo a mis clientes, que por lo general son empresarios que acuden para eludir impuestos, con lo que hacen inversiones al margen de la ley.
Con estas inversiones amasan cuantiosas fortunas, con las cuales son cada vez más poderosas y pagan todo hasta las inspecciones del Estado, con lo cual blanquean todo su patrimonio sin ningún riesgo.
Héctor Jorge, visiblemente interesado, trató de obtener más información y preguntó:
-¿Y cómo logran hacerlo?
Aries, como un autómata, sin moverse continuó:
-Hay muchos sistemas, a saber: comprar con factura y vender sin factura, con lo cual aumenta los gastos, rebaja la ganancia, paga menos impuesto y con el dinero sin declarar hace inversiones que le dan mucho beneficio; comprar o vender una propiedad a un bajo precio, con lo cual se blanquea sin pagar impuestos una gran cantidad; iniciar una sociedad ficticia que solo dure un año y luego iniciar otra y así sucesivamente. No se registra en los padrones de Impuestos y no se paga ningún tributo al estado.
El psiquiatra tomó lápiz y papel y prosiguió haciendo preguntas acerca de quiénes eran los clientes y cuáles eran las evasiones cometidas.
Luego de obtener toda la información, guardó el papel cuidadosamente y prosiguió:
-¿Cómo fue que recibió la descarga eléctrica, qué sintió y por qué no lo afectó?
Aries siguió contestando trabajosamente:
-Cuando corrí al ómnibus sentí que algo me cubrió y me impulsó hacia la tapa. Cuando la toqué me sentí rodeado de un halo azul, pero no podía moverme y en el momento en que los trabajadores me tomaron de los brazos se hizo el cortocircuito, voló todo y quedé aturdido.
El psiquiatra siguió preguntando con mucha atención:
-Pero ¿cómo es que no sufrió ningún golpe, ni le afectó la descarga eléctrica?
Aries agregó:
-El halo azul no me dejó llegar al suelo, hizo de paragolpe. Yo no sufrí absolutamente nada.
Héctor Jorge pensó un momento y luego dijo:
-Golpearé los dedos, despertará y no recordará nada de lo que me dijo. ¿De acuerdo?
-No recordaré nada de lo que le dije- contestó Aries.
El psiquiatra tronó los dedos y Aries despertó. Luego dijo:
-No ha podido recordar nada, ya haremos otras sesiones.
Abrió la puerta y se dirigió al administrador:
Es un caso muy raro, no hemos podido obtener ninguna información, sin embargo, este señor me interesa y si usted no se opone, me lo llevaré a mi consultorio para seguir con sus sesiones de hipnosis.
El administrador, contrariado pero contento, contestó:
-No, de ninguna manera. Ya le hago la orden para que lo pueda sacar. Lo único que siento es el dinero gastado que no podrá recuperarse. Pero lo importante es no gastar más.
El psiquiatra hizo levantar a Aries y lo condujo a su domicilio. iba pensando cómo podía utilizar ese regalo que le había hecho el destino. Recordó que debía pasar por el gimnasio de box, donde era médico recuperador de casos psicológicos y se detuvo. Al entrar buscó al entrenador Luis Nocaut y le preguntó por los casos que le habían asignado, a lo que el entrenador le respondió:
-Todo está tranquilo, no hay nada por ahora- volvió al coche y una idea recorrió su mente. Y en vez de ir para su casa se dirigió al departamento que tenía para realizar citas con chicas.
Este quedaba en un barrio tranquilo, con un hermoso frente de cerámica bordó, un pequeño jardín y puerta de madera lustrada.
Entró y condujo a Aries a la planta superior y le dijo:
-Quédese recostado que voy a buscar alimentos y luego haremos otra sesión a ver si podemos descubrir su identidad.
Al bajar habló por teléfono al gimnasio de box y le dijo a Luis Nocaut si le podía traer las películas de combates de box que tenían para adiestrar a los pupilos, a lo que el entrenador asintió y agregó:
- Se lo traeré con el proyector y la pantalla en una hora.
Cortó y habló enseguida con Ronald Ricky, un compañero de algunas fechorías, y lo puso al tanto de la información que poseía de los clientes de Aries, a efectos de extorsionarlos.
Ronald prometió el máximo de discreción y obtener todo el resultado posible.
Subió a la planta alta, se dirigió a Aries que dormitaba y le dijo:
- Voy a golpearlo con esta regla y usted me dirá qué siente.
Con suavidad le golpeó el pecho y Aries le decía que no sentía nada. Continuó una y otra vez, cada vez con más violencia y obtenía el mismo resultado. Luego hizo lo propio con la cara, brazos y piernas.
Lo hizo levantar, cerró las tres caras de un biombo y lo apoyó en la pared de la parte superior.
Invitó a Aries a que golpeara el biombo normalmente. El resultado fue terrible. Las tres hojas quedaron quebradas.
-¿Qué sintió en la mano?- preguntó el médico a Aries. A lo que éste contestó:
- Nada sentí en la mano, la tengo bien.
Lo invitó a recostarse y dormir. Bajó la escalera y en el living esperó que llegara Luis Nocaut. Al rato llegó. Descargó todo el material y le preguntó:
- ¿Para qué quiere las películas?
- Mire, Luis- le contestó el psiquiatra- tengo un paciente que fue boxeador y que estoy recuperando. Quiero ver si puede volver a boxear. Esta noche vendrá, le pasaré las películas y observaré su reacción. Creo que todo irá bien y por eso quería pedirle que concertemos una pelea de exhibición con el ex campeón pesado para ver cuál es su estado actual.
Luis pensó un instante y luego dijo:
- Justamente, el entrenador vino a pedirme un pupilo para una pelea suave. Así que no creo que haya inconveniente alguno. Le hablaré esta noche y si quiere podremos hacer la propaganda de la pelea. Eso sí, cobrará el uno por ciento de la bolsa, pues el ex campeón se lleva el cincuenta por ciento y el resto los entrenadores.
- Eso no interesa, le agradezco todo lo que pueda hacer- dijo el médico.
Cuando se fue el entrenador cerró con trabas la puerta, llevó todo al piso alto y lo preparó para pasar las películas.
Despertó a Aries, lo hipnotizó y le ordenó:
- Tú eres Ramses Abu, boxeador peso pesado, Campeón de Egipto y ahora verás tus últimas peleas y actuarás igual que lo que se ve en la película.
Aries contestó:
- Soy Ramses Abu, peso pesado y actuaré igual que en la película.
Al otro día Luis Nocaut le habló, comunicándole que estaba arreglado el match para dentro de cinco días y que había que firmar el contrato. El médico le refirió que había que conseguirle licencia para boxear y que para ello le daría un certificado de aptitud física y que luego de ello firmaría contrato.
El día de la pelea, luego de hipnotizarlo, dijo al entrenador que le diera las últimas instrucciones y luego subió al ring.
Luego de las recomendaciones del referí comenzó la pelea. Displicentemente, el ex campeón se movió y amagó varias veces. Luego envió una derecha que tocó el mentón de Aries pero no lo movió. Envió la izquierda y un gancho de derecha que hicieron impacto sin resultado. Cuando volvió a pegar, Aries replicó con la derecha que dio en los brazos del ex campeón y lo tiró contra las cuerdas. Cuando volvió al centro del ring con los brazos bajos, Aries le tiró una izquierda y lo dejó nocaut.
El público explotó en vivas y los entendidos, azorados, no se explicaban qué había pasado.
Al otro día, Luis se reunió con el psiquiatra que había recibido la oferta de la revancha y sólo faltaba arreglar la bolsa de la pelea.
Héctor Jorge le dijo a Luis:
- Dígales que sólo peleamos al cincuenta por ciento y podemos hacerla el sábado que viene.
Todo fue aceptado y la gente colmó completamente las instalaciones, preguntándose de dónde había salido ese boxeador.
Comenzó la pelea y el ex campeón atacó furiosamente y golpeó a Aries violentamente por más de un minuto hasta que éste le pegó en el cuerpo con la derecha y lo dejó nocaut. El público gritaba electrizado.
Al otro día, todos los diarios sacaban fotos de la nueva maravilla del boxeo, pero no se permitían entrevistas. Llovieron las ofertas con bolsas millonarias.
Siguieron veinte peleas con el mismo resultado, nocaut en el primer round.
Héctor Jorge había hecho una fortuna extraordinaria con las bolsas de las peleas y las apuestas que se realizaban fuera del ring a favor de Aries.
Y llegó el momento de la confrontación máxima: la pelea del siglo por el Campeonato Mundial con el campeón de la categoría, también invicto y que llevaba ganadas por nocaut setenta peleas.
La noche anterior a la pelea, el médico psiquiatra se disponía a hipnotizar a Aries cuando, azorado, contempló que de éste se desprendía un halo azul que lo recubrió también a él.
En un instante, el médico y Aries quedaron inconscientes y los dos halos azules comenzaron a charlar.
- Muwatallu, ¿estás conforme con la experiencia?- dijo uno de los halos azules dirigiéndose al otro.
- Tienes razón, Kadesch.- contestó el otro- Estos seres humanos son incorregibles, no puedes darles ninguna oportunidad porque enseguida tratan de someter a los demás y colocarse al margen de las mismas leyes que ellos mismos crean.
- Y te has fijado, Muwalatu, cómo se autovaloran con ese elemento que llaman dinero, que los domina y tiene más valor que la vida misma.- agregó kadesch, recorriendo todo el cuarto.
-Cuando lleguemos a nuestro planeta Luksor le diremos a nuestro maestro Hatti que este planeta es el peor constituído para habitar- dijo Muwalatu- pues lo peor que puede pasar es que tomemos los hábitos de ellos y terminemos con nuestra inmortalidad.
- Regresemos a Luksor a contar esta triste experiencia- agregó Kadesch- pero antes retrotraeremos el tiempo al momento anterior de la explosión.
Aries esperó pacientemente que llegara el ómnibus número ciento treinta y cinco, calado hasta los huesos por la tormenta, lo tomó y lamentando su destino, se dirigió hasta su casa.

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